El pasado mes de septiembre un variopinto grupo de 12 viajeros y viajeras, procedentes de distintos puntos de España, despega de Madrid rumbo a Madagascar. Todo el grupo, socios y socias de Agua de coco y muy sensibilizadas con el “turismo sostenible”, se embarcan en esta aventura de la mano de una de sus voluntarias: Silvia, el alma y guía del grupo. Nadie sabía qué iba a ´pasar en estos 18 días de viaje. Entusiasmo, compromiso, emoción, admiración, honestidad, pasión, intensidad, transparencia…y mucha cercanía. Sin duda, el balance final
“En algunos viajes los ojos se llenan con paisajes o con ciudades historiadas, en éste el corazón se ha llenado de gente. Ir a Madagascar ha sido esencialmente un viaje de “personas”. Así relata su experiencia una de las integrantes del grupo, Carmen, traductora de alemán. “Quiero empezar mencionando a Silvia, nuestra estupenda voluntaria-guía: el mundo necesita personas tan pizpiretas, nobles y pasionales como ella; después a los compañeros del grupo, cada uno con su historia y todos con muchísimas ganas de disfrutar; a los miembros de la ONG, cuya labor en el terreno es inmensa y generosísima y, por último, a los malgaches, especialmente a los niños, que nos han brindado sus sonrisas”
El viaje comienza siguiendo la ruta trazada por los proyectos de Agua de Coco. 1.000 kilómetros de baches y polvo, desde Tana, la capital, hasta Mangily, punto final del viaje. La primera parada del mini-bus se realiza en La Granja Escuela de Fianarantsoa, donde chicos y chicas aprenden un oficio para, después de un año de formación, poder optar a un trabajo digno.
Más allá, La Escuela de Zafiros en Antsohamadiro, a la que asisten 200 diminutas criaturas víctimas de la explotación infantil “Al llegar a la Escuela de Zafiros y palpar aquella dramática realidad no hacía más que decirme a mí misma que eso no podía ser verdad– confiesa Carmen, periodista-. No alcanzaba a creer que esos débiles cuerpecitos trabajaran en una mina. Este ha sido uno de los proyectos de la ONG que más me ha impresionado y ha sido donde realmente he tomado conciencia del enorme sentido que tiene mi colaboración con la ONG. Fue justo en ese momento cuando mi compromiso con Agua de Coco se hizo mucho más fuerte”.
Tras visitar algunos de los más bellos y remotos parajes de Madagascar y pasear por sus parques naturales, “lugares soñados por senderistas y montañeros, entre los que yo me incluyo —declara Pilar, Bióloga de la Universidad de Valencia—, llegamos a Tulear, ciudad en la que se encuentran las oficinas centrales de la ONG “Como turista solidaria que soy —continúa Pilar— poder conocer la realidad del país y ver cómo se integran los proyectos Agua de Coco en esa realidad, me ha hecho valorar aún más esa pequeña aportación que hacemos todos los socios. Creo que fomentar este tipo de turismo solidario es un gran acierto ya que muestra la transparencia y eficacia de los proyectos de la ONG y desarrolla el turismo sostenible como fuente de riqueza local”.
Ya en Tulear, rincón bendecido por la mayoría de los proyectos de Agua de Coco, los viajeros y viajeras gozaron de la oportunidad de presenciar uno de los proyectos en su máxima intimidad: El Hogar Social, en la que viven cuarenta chicas adolescentes rescatadas de la prostitución infantil, el maltrato y los abusos sexuales. “Este proyecto es uno de los que más me ha impactado- comenta Helena, estudiante universitaria- porque aquí viven chicas de mi edad, incluso más pequeñas, con unas condiciones familiares dramáticas. Aquel día las chicas, muy contentas, nos tomaron del brazo y nos llevaron a conocer a sus familias, visitamos sus casas, estuvimos en la escena de la miseria, de la hambruna… y más tarde nos invitaron al Hogar Social, donde nos habían preparado una fiesta con cena y baile. ¿Cómo pueden bailar y reír?, es lo único que yo me preguntaba. Este fue uno de los días más duros para mí y todos mis compañeros de viaje”.
En los alrededores de Tulear, los ya trece amigos, visitaron el resto de los proyectos: La Escuela de las Salinas, con mil menores que trabajaban como salineros en condiciones inhóspitas; La Escuela Deportiva para 700 niños y niñas beneficiarias de la ayuda que les llega desde el Real Madrid; El Centro de Arte y Música, con 600 jóvenes que ven en el arte su alegría de vivir. “Ahí fue donde conocimos al coro de la Malagasy Gospel —recuerda Irene, estudiante de Diseño—. Los días que estuvimos alojados el hotel solidario de Mangily nos brindaron la oportunidad de escuchar en directo un concierto de la Malagasy Gospel. Fue una noche mágica, llena de emociones. Mi hermana y yo tenemos muy claro que el verano que viene queremos ir a Madagascar de voluntarias. Gracias a nuestros padres hemos podido vivir esta aventura y nos hemos dado cuenta de que hay tanto por hacer que cualquier ayuda que les podamos ofrecer es bien recibida”.
El viaje está a punto de finalizar. Los últimos días transcurren en el Hotel Solidario, propiedad de la ONG, cargados de actividades, para una parte del grupo, y de relax en su magníficas playas, para otra. “Me parece una idea estupenda que la ONG haya creado un hotel solidario y que las ganancias vayan a los proyectos —afirma María Jesús, diseñadora gráfica— La única pega que le veo es que se debería hacer más publicidad para que no sólo se alojen clientes vinculados a la ONG, sino también turistas en general. Es un hotel precioso y merece la pena. Sería una manera de conseguir más ingresos y por qué no ¡más socios!”.
Nos despedimos de este simpático grupo de “aventureros y aventureras”. Todo el grupo coincide en afirmar que este viaje es una inolvidable experiencia. “Ver cómo vive el pueblo Malgache, conocer la historia que hay detrás de cada proyecto. No le recomiendo a nadie que viaje a Madagascar de otra manera, —termina diciendo Javier, asesor fiscal—. De Madagascar me queda, sobre todo, la imagen de un pueblo pobre en lucha por su subsistencia diaria junto con esa envidiable alegría de la que carecemos en los países más desarrollados. Pecamos de quejosos, individualistas y temerosos”.
“Al plantear este viaje —termina diciendo Ángel, fotógrafo—, mi objetivo era volver a África pero al ir con voluntarios de la ONG suponía que la visión del viaje sería distinta, mostraría la otra cara de la realidad, y así ha ocurrido. Ha sido un viaje francamente enriquecedor”.