Empecé como coordinadora de proyectos en la Casa del Agua de Coco, que ese mismo año comenzó a convertirse en la Fundación Agua de Coco. Los siguientes cinco años pasamos de 600 a 1200 socios, de 5 a 25 proyectos, de una sede en Granada a 7 delegaciones en toda España, de financiar Madagascar con 30 000 € a tener un presupuesto de más de medio millón…
Crecimos, aprendimos, nos profesionalizamos, ¡y nos reímos muchísimo! Pasamos muchas noches sin dormir, ¡la mayoría muy divertidas!
Un poco más adelante, en 2012, asumí la gerencia de la Fundación. En ese momento contábamos ya con una red maravillosa. Como gerente sentía muchas veces el peso del mundo en mis espaldas. Nos centramos en aumentar la exigencia: con los procesos, con la calidad, con la financiación… ¡creo que volví a José Luis loco más de una vez!
Hace dos años tomé la decisión familiar de mudarme Asturias, dejé de formar parte del equipo técnico y pase a ser voluntaria de mi sede favorita.
Agua de coco me aporta la sensación de estar en el lugar correcto, de formar parte de algo bueno intrínsecamente. Conozco a cada persona, he pisado cada habitación, he contado cada euro que entra y sale, y siento el orgullo enorme de saber que somos una panda de luchadores, de idealistas, pero sobre todo de currantes.
Una de mis recuerdos más raros fue un viaje de Sakaraha a Tulear con un águila en brazos, a la que José Luis atropelló sin querer cuando huía de un incendio en la carretera. “Aprieta bien que si te muerde te arranca un dedo” me decía, y al llegar a Tulear me dolían tanto los brazos que ¡no sé cómo no asfixié al pobre animal!
Pero también tengo momentos preciosos en la retina: las noches sin dormir de la primera Gospel, la portería de fútbol que construimos en mi último viaje a Camboya, las charlas nocturnas de la última reunión de la red…
Dentro de 25 años me imagino que seguiremos igual, luchando, porque está en el ADN de Agua de Coco lo de sufrir, pero también lo de crecer. Sueño que estaremos liderando programas de género; estoy segura de que José Luis habrá liado a otro montón de gente super valiosa e incansable, y que ¡Isa y yo seguiremos contando historias de abuelas cebolleta en tres idiomas distintos!
Dedicado a Isa, y a José Luis, que me han regalado cada paso de este camino.