Día Internacional de la Alimentación
¿Cómo afecta la crisis política que está viviendo en estos momentos Madagascar a la situación de hambre que vive el país y como esta ha sido, a su vez, una de las razones de este levantamiento social?
Madagascar está viviendo momentos muy convulsos tras el levantamiento y el golpe sobre la mesa de los jóvenes del país. Tras años de constantes y cada vez más frecuentes cortes de luz y de agua, sobre todo en la capital los jóvenes han dicho basta y han salido a las calles a reclamar una solución. Pero estos cortes no vienen en un momento cualquiera, se producen tras años de profunda sequía en el país que afecta tanto a la generación de energía, como a la distribución de agua como a la falta de acceso a la alimentación.
Cuando el hambre es insoportable
Según un informe de la FAO, en 2025, 1,9 millones de personas en Madagascar sufren desnutrición aguda y cientos de miles de menores desnutrición severa. Madagascar es un país principalmente agrícola, donde la población depende de la producción interna de cultivos, pero la sequía ha interrumpido el ritmo natural de las cosechas, provocando la pérdida de cultivos durante varias temporadas consecutivas. Además, el corte de agua en los núcleos urbanos dificulta las pequeñas cosechas domésticas que sirven para atender a la emergencia alimentaria del día a día e imposibilita la higiene mínima, provocando enfermedades que acentúan la urgencia nutricional.
Los cortes de luz en las ciudades también han llevado a la población al límite, sin posibilidad de refrigerar la comida o teniendo que recurrir a costosos generadores para las tareas del día a día, hacen que la vida se complique cada vez más. A todo esto podemos sumar la drástica subida de los precios de los alimentos como consecuencia de todo lo anterior.
¿Qué exige la población?
En este contexto, las protestas juveniles no son solo una reacción política, sino el grito de una generación que vive en carne propia los efectos de un sistema colapsado por la sequía, la pobreza y la mala gestión. Los jóvenes exigen agua, luz y alimentos, pero, sobre todo, exigen dignidad; en un país donde los cortes de servicios básicos simbolizan una desigualdad que se ha vuelto insoportable. Piden un gobierno que rinda cuentas, que priorice a la población sobre los intereses políticos y que garantice derechos tan elementales como poder beber, comer y estudiar. Su movilización conecta directamente con el hambre: no se puede hablar de desarrollo, ni de democracia, cuando casi dos millones de personas no tienen qué comer. La lucha de esta nueva generación es, en última instancia, por sobrevivir y por recuperar la esperanza en un futuro donde vivir en Madagascar no signifique resistir, sino poder alimentarse y prosperar.